No, no he podido resistirme a dejar que leáis esta carta que hoy me ha enviado un gran amigo militar (previa autorización suya, claro está). Y no puedo resistirme porque creo que en ella queda reflejado el verdadero espíritu castrense. Sí, el de esos militares a los que alguien, algún día, ninguneó por llorar la muerte de sus compañeros, caídos en Afganistán.
El encabezamiento de la carta -'A mi amiga María Ángeles'- me ha llenado de orgullo, no sólo porque he vuelto a comprobar que tengo amigos en las Fuerzas Armadas. Eso ya lo he dicho muchas veces, como también he repetido hasta la saciedad que he trabajado con ellos y sé cómo son y 'de qué pie cojean', si me permitís la expresión.
Foto: Ministerio de Defensa |
Esa carta me ha llenado de orgullo porque he comprobado, una vez más, la gran calidad humana de quien me la ha escrito y de los que, como él, sienten el espíritu castrense y están dispuestos a defender sus ideales, sus valores y nuestra seguridad allá donde van. Pero dejo ya la introducción para ir al grano, puesto que el objeto de este post no es mi especial vinculación con el estamento castrense, sino la maravillosa carta que me ha escrito mi amigo. Fer, ya sabes que me refiero a ti. Dice así la misiva:
Hace mucho tiempo, un niño subió a su casa llorando porque el balón con el que jugaba se lo había quitado el dueño del bar de la esquina, por dar en el cristal. Una vez en casa, buscó en su padre la solución a su tremendo desasosiego. Al ser interrogado por su progenitor, le narró los hechos -dar por segunda vez en el cristal del bar, salir el camarero, cogerle el balón...-. ¿Y le pediste perdón? Sí, papá. Y ¿le pediste que te devolviera el balón? Sí, papá. ¿Y qué te dijo? Que me lo daría otro día... y que no llorase, que los hombres no lloran.
Todos los días fallece alguien realizando una labor de riesgo que, en muchos casos, es aceptada como parte del trabajo. Un trabajo que a veces se ve forzado a realizar, pues no hay otro, pero que en otras ocasiones es ejercido de forma voluntaria, pues es lo que desea. En ocasiones, el fallecimiento llega realizando una actividad de ocio que entraña un alto riesgo. Y los fallecidos estaban allí aún a sabiendas de que ese andamio estaba muy expuesto al viento, que esa tolva tenía mala pinta, o que esa cumbre era muy dura de ascender. Y a nadie se le priva, ni muchos menos se le critica, el derecho a expresar su pena mediante el llanto. ¿O acaso la viuda, la madre, la hija, la hermana... de un 'currela' no lloran ante el cuerpo de su marido, su hijo, su padre, su hermano?
Foto: Ministerio de Defensa |
Como los civiles, los militares aceptan su trabajo y los riesgos que entraña. Y como los civiles, tienen derecho a expresar su pena mediante el llanto. Así, recuerdo el amargo llanto de una madre abrazada a su hijo pequeño, pues era el único que le quedaba tras 'caer' los otros dos volviendo de Afganistán. ¿Acaso no tenía derecho a llorar? Recuerdo también el amargo llanto de cientos de militares que despedían a sus compañeros, amigos, hijos o hermanos, caídos en numerosas ocasiones en diversos escenarios a los que su Patria les envió. ¿Acaso no tenían derecho a llorar?
Sí, sí lo tienen. A la sazón, son personas que emanan de la sociedad, a la que sirven, y si la sociedad tiene el derecho al llanto, los militares no lo pierden cuando alcanzan su condición. Pierden otros derechos, lo que les sitúa detrás de la sociedad a la que sirven, no debajo, no en una segunda categoría, sólo detrás, porque para ellos, primero son los demás. Pero el derecho al llanto no lo pierden.
El llanto no es otra cosa que la exteriorización de un sentimiento, que está ligado a los valores que se aprenden en casa. De esta manera, lo que para una persona es gozo, para otra es pena, para otra desazón, y para otra... nada. Ésta es la diferencia en el sentir y, dependiendo de quién lo valore, puede ser buena o mala, pero, en cualquier caso, define a la persona dentro del grupo social al que pertenece. Incluso puede definir al propio grupo social dentro de un grupo mayor. Así, se puede discernir entre quienes tienen, y quienes no, esos valores, tan antiguos que ya el alcalde de Zalamea expresó a su hijo en la obra calderoniana, y que no hace falta leer, pues no los escribió Calderón para aleccionar al vulgo, sino que los bebió de él.
Lo demás, la marcialidad, las coreografías, las maniobras, el Gorbea... No ofende quien quiere sino quien puede. Decía una ver una institutriz de SAR el Príncipe de Asturias: "La envidia sajona incita al envidioso a luchar por conseguir lo que envidia. La española, a destruirlo!
Si se le pregunta, del balón no sabe qué fue, pero -responde- llevaré grabado en lo más hondo de mi corazón y de mi alma lo que mi padre me dijo: "Hijo -me aleccionó mientras clavaba sus ojos de segura y sincera mirada en mis infantiles y asustadas niñas-, recuerda siempre que un hombre llora por Dios, por la Patria y por la familia".
Foto: RFEF |
¿La última vez que lloré? Ayer. Viendo la tele. Rememorando la victoria del Mundial. ¿Por qué? Porque soy un hombre.
Por cierto, no hace falta ser ruin. Con ser un mierda, es suficiente.
Y la mierda, no llora.
[Nada más que añadir. Mi amigo lo ha dicho todo. ¿No os parece? Polémica zanjada]
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