Un error lo puede cometer cualquiera (errare humanum est) pero, como dice Karl Popper en 'El conocimiento de la ignorancia' (lectura que, por cierto, siempre recomiendo a mis alumnos), es nuestra obligación hacer todo lo posible para evitar errores y, en cualquier caso, tenemos que estar continuamente al acecho para detectarlos, especialmente los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo. La autocrítica -señala Popper- es la mejor crítica; pero la crítica de los demás es una necesidad.
Dicho esto, si El País hubiera tenido presente el Código Deontológico de la profesión periodística, cuyo cumplimiento se nos exige a los que nos dedicamos a este bello oficio del Periodismo y en el que se nos dice que el primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad, probablemente no habría cometido el error.
Pero aunque la foto hubiera sido verificada, tampoco habría estado justificada su difusión por dos motivos: en primer lugar, porque los códigos éticos de nuestra profesión, tanto en el ámbito nacional como en el internacional (véase, por ejemplo, el Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO) exigen que se respete la intimidad de las personas. Además, en el ámbito nacional, nuestro Código Deontológico recoge que en el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas, el periodista evitará la intromisión gratuita y las especulaciones innecesarias sobre sus sentimientos y circunstancias.
Incluso se nos dice, en ese mismo Código Deontológico, que las restricciones sobre intromisiones en la intimidad deberán observarse con especial cuidado cuando se trate de personas ingresadas en centros hospitalarios o en instituciones similares. Además, desde el punto de vista de la legislación vigente, los periodistas tenemos dos normas que nos limitan la intromisión en la intimidad de las personas: la primera y principal, nuestra Carta Magna, en cuyo artículo 20.4 se nos dice que uno de los límites a nuestro derecho a comunicar libremente es, precisamente, el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen de las personas (derecho éste recogido en el artículo 18 de la Constitución).
La segunda, la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen. En esta norma se especifica claramente que si bien se pueden difundir imágenes de un personaje público (como es el caso de Hugo Chávez) cuando dicha imagen se capte durante un acto público o en lugares abiertos, en ningún caso está justificada una intromisión en su intimidad cuando dicho personaje público se encuentra en lugares o momentos de su vida privada.
Por tanto, el problema ya no es tanto el error cometido por el diario El País, sino la falta de ética demostrada sólo con la intención de darle difusión a la controvertida fotografía. Aunque, si bien es cierto que las intromisiones o indagaciones sobre la vida privada de una persona sin su previo consentimiento están justificada si es de interés público (según nuestro Código Deontológico), no creo que éste sea el caso. Más bien podríamos hablar de morbo (véase la teoría de Zillman y Bryan que demuestra el interés de las audiencias por el morbo) y de mercantilización de la información, aspecto este último que se está dando mucho últimamente en mi ámbito profesional, dada la crisis tan acuciante que se está viviendo en el sector periodístico (9.000 empleos destruidos desde que comenzó la crisis).
En cualquier caso, el periodista nunca debe olvidar que tiene una gran responsabilidad social como garante del derecho de los ciudadanos a recibir información veraz (artículo 20.d de la Constitución). Los periodistas somos, o deberíamos ser, meros intermediarios entre la fuente y el ciudadano, que es al que servimos. No deberíamos, aunque lo hacemos, mezclar información y opinión, porque eso es manipular. Si no nos damos cuenta los propios profesionales de la información de que con errores como el cometido por El País perdemos credibilidad ante nuestros lectores, audiencias y público en general, mal vamos. Es preciso hacer un Periodismo de calidad; al menos, intentarlo. Si no, puede llegar un momento en que no seamos necesarios. Y ése sí que sería un tremendo error. Hagamos, pues, lo que dice Popper: vamos a estar al acecho para detectar nuestros errores antes que los demás. Vamos a intentar prevenirlos, no cometerlos. Sólo así haremos un periodismo de calidad. Ése es nuestro deber y nuestra obligación. No lo olvidemos.