El partido que ayer disputaron Real Madrid y Barça en la final de la Copa del Rey fue, efectivamente, de infarto. Un gran primer tiempo del club merengue, que no dejó a los culés hacer su juego, y un gran segundo tiempo del F.C. Barcelona, que no tuvo acierto entre los palos. Y luego... la prórroga, en la que el Madrid se vino arriba y consiguió, gracias al gol de Cristiano Ronaldo y a una buena labor de equipo, arrebatar al Barcelona una copa que no estaba en las vitrinas del club blanco desde hacía 18 años.
Foto de El País |
Disfruté con el partido de ayer, como no podía ser menos. Los dos grandes del fútbol español se batieron en el terreno de juego de Mestalla ante unas gradas enfervorecidas que animaron sin cesar a sus respectivos equipos. Ya desde el minuto 1 se preveía un partido intenso, y así fue. Yo hablaría de un partido épico, un partido en el que los dos eternos rivales de la liga española defendían su supremacía sobre el terreno de juego. Pero al final fueron los blancos (y yo me alegré) los que se llevaron la tan preciada Copa del Rey, de ese Rey que, aunque a algunos les moleste, es de todos los españoles.
Quiero, sin embargo, felicitar desde aquí a todos los culés. Lo cortés no quita lo valiente. El Barça es, sin duda, un gran club, pero ayer el Madrid lo fue más. Ese Real Madrid de un Mourinho que, aunque a veces criticado, demostró ayer su gran calidad técnica como entrenador. El planteamiento de juego que hizo dio sus resultados. La presión que el club blanco ejerció sobre los azulgranas tuvo su recompensa. Pero la de ayer no era la batalla final. Todavía quedan otros dos clásicos (esta vez en Champions) que volverán a poner a prueba la calidad de ambos equipos sobre el terreno de juego... y la capacidad de los aficionados (entre los que me encuentro) para resistir un nuevo choque entre los dos grandes del fútbol español.
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